El conflicto como espacio de crecimiento personal.
Por Antonio Bautista Olivenza.
Decía Unamuno en frase muy conocida “No hay nadie menos afortunado que el hombre a quien la adversidad olvida, pues no tiene la oportunidad de poner a prueba sus capacidades…” Reformulando al genial vasco también podríamos decir “Pobres de las personas que no conocen el conflicto pues les impide la posibilidad de crecer”.
En nuestra sociedad se tiende a valorar el conflicto como un inconveniente, una “piedra en el camino” que nos impide el normal fluir de la vida, limitando nuestra capacidad de disfrutar. Y eso existe, indudablemente, pero no deja de ser un síntoma. Si profundizamos un poco más veremos que el conflicto es algo más arraigado en nosotros y nos pone en contacto con nuestros propios límites.
Existen muchas maneras de abordar el conflicto, quizá tantas como personas, pero sin irnos a tanta variedad, podríamos destacar varios comportamientos tipos:
El primero, obviamente, es la negación. “Yo no tengo conflictos” “En mi familia no hay conflictos”… son frases que todos hemos escuchado alguna vez. No es que no los haya (que haberlos, haylos) es que se esconden debajo de la alfombra para que no se vean. Es típica la figura del padre/madre que en la familia o en la empresa familiar oculta los comportamientos de cada hijo que pueden ser poco aceptados por el resto “para no crear tensiones”. El problema es que no se están eliminando las tensiones, se están ocultando y cuando se acumulan y estallan suelen tener mucho más difícil manejo.
Esta actitud se suele dar en personas que tienen pánico al conflicto y son capaces de ceder más allá de lo razonable para evitarlo. Seguirán diciendo que no tienen conflictos pero por dentro se sentirán frustradas porque muchas veces tendrán que hacer lo que no quieren, o dejar de hacer lo que quieren. Quizá estos casos necesiten una reflexión más amplia.
Otras personas, sin embargo, parece que buscan el conflicto, que lo necesitan como parte esencial de su naturaleza. Y no es que sean particularmente infelices, simplemente necesitan esta dinámica de relación para reafirmar su personalidad o “sentirse vivos”. Curiosamente están más “mustios” cuando no tienen ningún conflicto a la vista. Afortunadamente para ellas, la naturaleza humana y nuestra sociedad le presentan múltiples oportunidades de volver a su “feliz normalidad”. También merecen capítulo aparte.
En general, la mayoría de los humanos estamos en un nivel intermedio: no nos gusta el conflicto, pero lo afrontamos cuando no vemos otra salida. Las claves son el cómo, el por qué y el para qué.
El conflicto nos refleja y nos pone en contacto con nuestros límites. Nos lleva casi siempre a zonas sensibles de nuestra personalidad y muchas veces a heridas no sanadas.
Si ponemos distintos perros delante de un espejo veremos que algunos invitan a jugar a su imagen refleja, otros se vuelven tensos, erizan el pelo y la miran fijamente, algunos enseñan los dientes de forma amenazadora e incluso llegan a atacarse. Del mismo modo, para nosotros los humanos, el conflicto es un espejo en el que proyectamos mucho más de lo que queremos reconocer: miedos, deseos, expectativas, frustraciones, pensando que todos estos sentimientos que se nos generan son responsabilidad de la otra persona.
Una buena gestión del conflicto, implica asumir la responsabilidad de nuestros sentimientos, implica también reconocer nuestros derechos y nuestras carencias, e implica, sobre todo reconocer que el otro tiene que tener, por lógica, un poquito, aunque sólo sea un poquito, de razón, aunque inicialmente no la veamos. En la vida normal no hay conflicto “químicamente puro” en el que una de las dos partes tiene el 100% de la razón.
Si las dos partes están dispuestas a reconocer estas premisas iniciales y también están dispuestas a iniciar un proceso de indagación interna de buena fe, y cambiar aquellas percepciones que vean razonable cambiar, y si, además, están bien dirigidos, es posible que el conflicto se resuelva con soluciones imaginativas, y que las dos partes salgan reforzadas en su evolución personal, y también que entre las partes se establezca un vínculo de respeto. Esta es la verdadera solución del conflicto que es lo contrario de esconderlo o aplazarlo o recrearse en él.
Y tu, ¿consideras que al conflicto como espacio de crecimiento personal?