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Mediación Internacional. Un ejemplo con sentido del humor.

por Pedro J. Morilla Pérez.    

 A la hora de elaborar un ejemplo para su comprensión práctica o análisis, sin que ello suponga falta de respeto o seriedad, no estamos obligados a enterrar nuestro sentido del humor. Cualquier actividad merece un debido respeto; sin embargo, respeto no es rigidez y ausencia de sentido del humor. Éste, precisamente, es vital en cualquier circunstancia de la vida y debe ser un atributo del mediador, junto a su inteligencia, energía o paciencia, entre otros. Es por ello que aquí se ha elegido un conflicto figurado, aunque tan antiguo que bien puede situarse en la Grecia clásica o en la Roma imperial, y se ha intentado aderezar con algunas notas de humor.

Fácil puede ser recurrir a aquello que tenemos más a mano: una frontera polémica con un país musulmán, un peñón que desde mucho tiempo atrás es como un grano en salva sea la parte o un prófugo de la justicia que se oculta en un país reincidente en conductas reprobables. También podríamos dejarnos llevar por la pasión, -futbolera-, y plantear una Guerra del Fútbol como la ocurrida entre Honduras y El Salvador durante unos pocos días de abril de 1969.

Nuestro conflicto versa sobre una ruptura de un compromiso matrimonial entre herederos a la Corona de dos Estados, esto es, sobre un incumplimiento de esponsales o promesa de matrimonio. Sirva su redacción como homenaje a Ibáñez y a sus Mortadelo y Filemón, que tanta alegría y sentido del humor pusieron en mi infancia y en la de muchos. A quien los disfrutó, poco le cuesta imaginarlos desempeñándose como brillantes mediadores internacionales. Bueno.., con algo de esfuerzo y buena voluntad…     

 

CONFLICTO:

Después de comprometerse en matrimonio en ceremonia de ‹esponsales› celebrada con el mayor de los boatos en la capital de Gatolandia [1], el heredero al trono de Perrolandia,

Príncipe Canino, acaba de anunciar, a un mes vista de la boda, que rompe el compromiso contraído. La decisión ha generado, además de sorpresa, gran indignación entre los ciudadanos de Gatolandia, -país vecino, aunque no siempre amigo-, quienes se han volcado en muestras de apoyo hacia la despechada Princesa Gatuna. Las manifestaciones en el país se han descontrolado hasta el punto de que varios ciudadanos de Perrolandia allí residentes han resultado gravemente heridos. Lo que para el pueblo ha sido indignación y exceso en la repulsa, para el Jefe del Estado, el Rey Felino VI, ha sido ofensa, frente a los perrolandeses, y quiebra de autoridad, ante los suyos.

La reacción del monarca no se ha hecho esperar. Después de llamar a consultas a su embajador en Perrolandia, ha llevado la situación hasta un extremo preocupante, al movilizar a toda su flota cerca de la costa de sus hoy enemigos.

Desde Perrolandia se observa la situación con preocupación. La noticia ha pillado desprevenido al Primer Ministro, Sir Can, quien afronta la crisis sin recurso a la experiencia y diplomacia del Emperador Chucho El Grande, gravemente enfermo. Sir Can, conocedor de la inestabilidad de la región y consciente del influjo de la Princesa Gatuna en su padre, teme que la ruptura anunciada desemboque en un conflicto bélico. Acude en esa situación a NACIONES UNIDAS, cuyos interlocutores le sugieren una rápida actuación en este momento incipiente del conflicto y aconsejan acudir al mecanismo de la mediación internacional.

El mandatario perruno, que cursó estudios internacionales con algunos diplomáticos gatolandeses en la prestigiosa Escuela Internacional del Hueso y la Sardina, ha conseguido contactar con sus antiguos compañeros y les ha trasladado la posibilidad de resolver la polémica por la vía expresada.

Los emisarios gatolandeses  han recibido la propuesta con buena disposición y tras mover sus hilos en el gobierno y contando con el beneplácito y colaboración de la princesa, menos desairada por este trance que su adorado padre, convencen finalmente a éste de la conveniencia de recurrir a unos mediadores internacionales.

El Príncipe Canino, por su parte, vive los acontecimientos despreocupado. Alejado del Golfo Cárnico, vive días de desenfreno en la ciudad de Can-burger, donde ha sido visto con frecuencia degustando salchichas y bebiendo champagne en compañía de algunas cachorras de dudoso pedigree.

Somos un centro de mediación de conflictos y una escuela de formación

RESOLUCIÓN (POR INTERESES DE HARVARD):

Representantes de Naciones Unidas, aún perplejos   por la gravedad que ha alcanzado una situación en apariencia de carácter exclusivamente sentimental, proponen como mediadores a los célebres Jean Luc Mortadelle  y Francois Fideuá [2]. La experiencia de ambos en la materia es conocida mundialmente. Aún se celebra en los mentideros de la mediación internacional la superación por parte de Mortadelle del ‹ejemplo de la naranja› con su ingeniosa propuesta a las hermanas en disputa de su receta de  canard à l’orange. Para la historia de la mediación internacional quedó el entusiasta “para chuparse los dedos” de la hermana pequeña. Además, su nacionalidad francesa y origen español, junto a su formación en Harvard les hace idóneos para afrontar un factor aquí esencial como es el intercultural.   

Los celebérrimos mediadores se topan con un primer obstáculo a la hora de afrontar su tarea. Una vez determinado que Roma, cuna de los sponsalia, será la plaza en la que se encontrarán las partes en conflicto, reciben con sorpresa que a la imposibilidad de asistir por parte de Chucho El Grande, debido a su enfermedad, se une ahora la negativa del heredero Canino, quien se escuda para rehusar el encuentro en su libertad para contraer matrimonio, principio que en su país goza de plena tutela. Ante esta contrariedad, plantean que la negociación de cara a resolver el conflicto, garantizando la paz y estabilidad entre los países implicados, se lleve a cabo entre los respectivos primeros ministros, en tanto partes autorizadas para cerrar un acuerdo dada su condición de primeros  mandatarios políticos de ambas naciones.    

Mortadelle  y Fideuá se reúnen en la Ciudad Eterna con Sir Can  y Tom Cat, primer ministro gatolandés. En ese primer encuentro, Can y Cat son informados detalladamente de las características del proceso de negociación al que en representación de sus países se someten y que va a dar comienzo. Conocen entonces la necesidad de que exista una voluntad real de negociar y la imprevisibilidad del acuerdo, objetivo éste de la metodología de solución en la que se han formado los mediadores. En esa sesión incial, los primeros ministros manifiestan su conformidad a la negociación y dan por comprendidos los términos de la misma. La primera jornada es satisfactoria. Sin embargo, la tensión permanece en el Golfo, y Canino sigue haciendo el ídem en Can-burger. Gatuna espera guardando el celo y la sobriedad propios de su cultura.

Con carácter previo a los encuentros, Mortadelle ha recabado suculenta información acerca de la cultura y de los intereses de todo tipo de ambas naciones. Es evidente que la resolución del conflicto no pasa por una marcha atrás de Canino. Su negativa y su actitud lo hacen imposible y eso a pesar de que la legislación  matrimonial  gatolandesa sí contempla el compromiso esponsalicio como anticipo del matrimonio, de manera que los prometidos, una vez han formalizado los esponsales, quedan obligados a contraer el enlace. La normativa perrolandesa, por el contrario, ampara y protege la libertad para contraer matrimonio de todos los ciudadanos, quedando quien quebrante el compromiso tan sólo responsable de resarcir los gastos contraídos en consideración al matrimonio prometido. Mortadelle y Fideuá examinan la documentación que el primero ha recopilado y se enfrentan a la primera sesión conjunta tras la inicial. 

 En ella, las partes dejan bien claras sus posiciones. Sir Can explica que cualquier persona en Perrolandia, y eso incluye al príncipe heredero, pues todos allí son iguales ante la ley, puede retractarse de su compromiso matrimonial, con la única obligación de indemnizar los gastos que la preparación de la ceremonia hubiere generado hasta el momento de la ruptura. Ve desmesurada la reacción militar, si bien lamenta la herida en los sentimientos de la princesa y los suyos. Exige, asimismo, la retirada inmediata de las naves desplegadas por el ejército  gatolandés, amenaza con movilizar a su artillería de costa y desliza que ciertos aspectos de la cultura vecina son retrógrados. Tom Cat no desaprovecha la ocasión para insinuar la falta de moralidad canina, de la que es ejemplo su propio príncipe, afirma. Fideuá, presto, sale al quite relajando la situación y recordando a las partes que muestren recíprocamente el debido respeto por sus costumbres y, en definitiva, por ambos países. La exposición de la postura de su país por parte de Tom Cat, ahora más calmado, no deja por ello de ser dura. Exige un resarcimiento de los costosos gastos que ha generado la organización del enlace, impone una disculpa a nivel internacional y, aun consciente de su imposibilidad y ya escasa conveniencia, permanece en la idea de que el matrimonio se celebre. Las partes han sido detenidamente escuchadas.

Tras la primera sesión conjunta, tienen lugar sendas sesiones individuales. En ellas, los mediadores centran sus esfuerzos y su atención en levantar el velo de las posiciones, en averiguar los intereses que subyacen en las posturas de ambos países. Dirigen sus preguntas a conocer las perspectivas de ambas partes, circunstancia esencial antes de pasar a proponer soluciones. Mortadelle y Fideuá descubren que es interés común a las partes evitar un enfrentamiento bélico, en ese sentido todo parece ser simplemente un órdago, ratifican que la observancia de sus respectivas normativas es un interés contrapuesto y, también, descubren que el gobierno gatolandés aprobó el matrimonio con un evidente interés comercial (los caladeros de pesca perrolandeses les hacen la boca agua). Por parte de sus vecinos existe un interés estratégico cual es la apertura a las “rutas de la carne”, que implicaría una estrecha relación entre ambas naciones.

Con mayor conocimiento de los intereses de las partes enfrentadas, los mediadores se reúnen con ellas en una nueva sesión conjunta. En su desarrollo pasan a proponer distintas opciones con una meta en el horizonte: llegar a un acuerdo del que ambas partes se sientan ganadoras. La tarea, siempre que están presente los sentimientos, es complicada; no obstante esto, cuestionados los primeros ministros en tormenta de ideas, surgen diversas alternativas. Todas pasan por la indemnización  de gastos generados y por transacciones comerciales, al margen claro de una retirada de tropas por parte de Gatolandia. Todas encallan. El obstáculo es siempre el mismo. Una y otra vez, la ofensa personal a la princesa es el problema; por encima, incluso, del legal, pues se ha conocido que entre las potestades de Felino VI está la de dispensar del compromiso con carácter excepcional.      

 Ante la adversidad, brota el talento de Mortadelle, el hombre que con su genialidad elevó un enfrentamiento cítrico a deleite gastronómico. En el desempeño sacrificado que realizó para recopilar información sobre las partes y descubrir puntos de encuentro entre ellas, aparecieron los amores de juventud de Gatuna, dulce y sobria, pero humana. Fideuá, compenetrado siempre con su brillante compañero, a la vista de que han llegado a un callejón sin salida, sin alterarse porque las partes, o más bien una de ellas está parapetada tras la ofensa personal y el ridículo internacional, consciente de que no hay posibilidad de plantear ni mejores alternativas al acuerdo, ni peores, -como académicamente han manejado en sus múltiples mediaciones-, pone sobre la mesa, en ese afán de resolver el conflicto por encima de todo que les ha sido inculcado desde Harvard, la antigua amistad entre Gatuna y el Marqués de Sabueso, primo de Canino, y sobrino favorito de Chucho El Grande. La alternativa es atractiva. Las partes implicadas, consultan.   

El acuerdo se cierra de inmediato. Gatuna suspiraba por los huesos de Sabueso, ni siquiera será preciso pensar en el día después.

[1] Gatolandia y Perrolandia son países que protagonizan una enemistad desarrollada en la ficción de los  Juegos Olímpicos de Gatolandia 76. (Olé, nº11, Mortadelo y Filemón, F. Ibáñez)

[2] Primos franceses de Mortadelo y Filemón o quién sabe qué. 

 

                                                

 

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